Ausente de las noticias generales
de España, he pasado unos quince días en el extranjero, suficientes para
desintoxicarme por completo de la política crispada que existía. Sin embargo,
al volver me he encontrado con un aterrador panorama que marca, contribuye y
determina la desconfianza de la mayoría de la gente en la clase política en
general y en sus gobernantes en particular. ¡Cuánta tristeza!
Atónito, una vez más, asisto a
reconocer la bajeza y miseria de algunos sujetos sin escrúpulos que, ávidos por
enriquecerse, han desafiado todo principio digno, ético y moral, imprescindible
para que el hombre sea considerado un ser humano. Han perturbado la confianza
en ellos depositada, envileciendo la noble causa a la que se dedicaban para
presuntamente, a partir de ahora, ser tratados de parásitos, criminales,
malditos, malhechores, sinvergüenzas, ladrones, malnacidos, trileros, fétidos,
nauseabundos, delincuentes…, hasta que una vez juzgados, en su caso, obtengan
tales calificativos, pierdan su honra y honor, si es que aún no lo han perdido.
¡Qué Dios no nos ponga donde
haiga! Esta es la maldición gitana popular que sentencia los hechos
delictivos citados y, por supuesto, nada justifica. Al contrario, deberíamos
considerarla de principal relevancia más que una cuestión estructural española
como venimos oyendo.
La honradez es una virtud muy
importante: ¡Pobre, pero honrado!, nos decían en casa. Sin embargo, hay
gentuza que, creyéndose impune, arrasan con todo lo que se le ponga por delante
para conseguir sus propósitos. Presumen de sus cargos, abusan de los demás y
hacen sufrir a las personas que en ellos confiaron. No tienen ni excusa ni
perdón y deben de pagar por el mal que han hecho a conciencia y no por error o
descuido.
Lo siguiente, será establecer, de
una vez por todas, las medidas para que no se vuelvan a producir hechos tan
lamentables como los citados por todos conocidos u otros semejantes a los que,
determinada clase social, nos tienen acostumbrados. Ya, en este mismo blog,
hablamos de ello tratando el capitalismo salvaje que nos abruma; a saber:
eliminar el dinero físico para que cualquier acto económico deje huella;
priorizar el bien común y general de la sociedad y su gente, antes que el ánimo
de lucro individual y personal; tomar las decisiones generales, económicas y
sociales de forma colectiva, donde se impliquen y responsabilicen al menos tres
personas, levantando la correspondiente acta; establecer las fechas previas
para abrir públicamente los sobres cerrados con las ofertas de condiciones y
garantías propuestas; implementar toda clase de medidas lógicas y convenientes
para evitar cualquier tipo de chanchullo en la contratación pública y, en caso
de urgencia o vital necesidad a tomar,
que esta sea ratificada en la forma prevista, a la mayor brevedad posible.
“Un hombre que es dueño de sí
mismo pone fin a un pesar tan fácilmente como inventa un placer. No quiero
estar a merced de mis emociones. Quiero usarlas, disfrutarlas, dominarlas”.
(Oscar Wilde).
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