Hace años, cuando pasé una larga
temporada en Louborouhg (Inglaterra), me explicaba un joven andaluz que allá
conocí (con él paseaba a menudo), que era corrupto de nacimiento por la domesticación
recibida en su infancia, igual que muchos españoles nacidos en la dictadura.
“Acudía a clase en la Universidad
a diario –comentaba- cada tarde de lunes a viernes, y aparcaba en el puerto
gratuitamente, a unos diez minutos andando desde allí. En otros lugares de la
ciudad también había “voluntarios aparca coches” en busca de una propina. Un
día, éstos aparecieron con chapas
identificativas prendidas en su camisa de una Entidad benéfica, de la que no
recuerdo su nombre, exigiendo un euro por estacionar. Entregaban una hojita de
un talonario como justificante numerado con membrete de dicha organización. Pues
bien, averigüé que tal asociación no existía y la decisión era una maniobra personal de un concejal del
que, las malas lenguas, decían: “se está forrando”. Así que comencé
corrompiendo a los “vigilantes” desdeñando el justificante con el que los
controlaban y dejándoles la propina, por lo general, menor al euro requerido y
que a ellos, como a mí, nos beneficiaba”.
-
¡Hombre! –dije a mi acompañante- eso no es
corrupción, sino una pillería. –Mientras, a mi caletre acudían las picardías de
El Lazarillo de Tormes. Los premios dados a los niños por esgrimir su
responsabilidad, no reconociendo su culpa. Los ejemplos de los mayores y de las
Autoridades. La protección al ladino en lugar de al justo y bondadoso.
“Lo cierto es -continuó el joven-
que no sé si tal maniobra se generalizó o no, pero a alguien se le ocurrió
cambiar los “gorrillas” por barreras y maquinas. Así que, ese alguien, de acuerdo con el responsable público, se
adueño de esos lugares y descampados para explotarlos. ¿Hubo dinero por medio?
¿Se amañó una oferta pública de cesión? ¿Ambos se beneficiaron?”
Sin contestarle, pensé: No hay ley por la cual los fiscales puedan
investigar los signos externos de las personas o de dónde salen sus fortunas.
Como tampoco la hay, para que el ladrón, además de su castigo, devuelva lo
robado. Me reafirmé que delinquir resulta barato.
“No pasó mucho tiempo para que
aquellos terrenos se revalorizaran sobremanera. Entonces, la codicia que mueve la corrupción, subió un peldaño más. Emergieron
viviendas privadas, polideportivos, auditorios y otras obras dando al destino de unos pocos su
oportunidad de enriquecerse”. Yo me
dije: ¿Quién asiste a los plenos municipales? ¿Qué transparencia los preside?
¿Qué órgano los controla? ¿Quiénes de su aprovechamiento responden?
“Poseemos por historia y
tradición –prosiguió- aceptar las cosas porqué sí. Nos enseñaron a no rebelarnos contra la voluntad divina (“será lo que Dios quiera”), contra la autoridad (“donde hay patrón
no manda marinero”) e, incluso, contra
la mala suerte. Esa es mi desgracia de nacimiento”.
Su lamento me hizo
cavilar que caemos en la tentación del dicho “piensa mal y aceptarás” y no
siempre es así. Y que no estamos preparados para cuestionar o denunciar posibles
malversaciones de los intereses públicos, ya que nos han imbuido que lo público no
funciona, facilitándonos una educación deficiente que los mandamases pretenden
preservar.
“¿Cómo no sentirme corrupto con
una trayectoria cultural que no quiere atajar una de las principales lacras que
hemos padecido, desde siempre, en nuestra España?” Posiblemente, –interioricé-
se halle en los genes acomodados de la individualidad y del sálvese quien pueda
que nos caracterizan, deseando que los capullos brotados en la democracia no se
marchiten.
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