Corren tiempos difíciles. No hay otros. Tiempos como siempre lo han
sido para los hombres necesitados de tener que ganarse la vida. En cada época,
sin duda, han existido denuncias, de una
u otra forma, con idénticos agentes y conductas, para tomar otro rumbo. Aquellas voces son las
mismas que las de hoy clamando por una vida más justa, más equilibrada y menos
belicosa. Actualmente, la Tierra está más poblada, sofisticada y compleja que
jamás lo haya sido. También, es cierto, que los avances, medios y tecnologías
posibilitan desarrollar urdimbres nunca conseguidos; si bien, el ser vivo continúa indefenso y ajustado
al espacio-tiempo en el que se desenvuelve y le toca vivir, toda vez que sus
sentimientos, miedos y placeres, hábitos y costumbres se mantienen estables.
Por tanto, es fácil deducir que los hombres son lo que hacen (siempre cosas
similares) por mucho que infinidad de circunstancias les sean cambiantes y
varíen sus modos de realizarlos.
Llegado a este punto y
considerando que los humanos son eslabones (uno más) en la cadena trófica, se
debe tender a que los hombres,
individual y colectivamente, gocen del mayor bienestar posible, evitando las
diferencias económicas abismales entre ellos y trazando las bases precisas para
llevarlas a cabo, hasta que un ente superior aterrice o su propia transformación
los aniquile o transforme.
Piénsese, que
cuando el hombre ocupe el segundo escalón en la cúspide, dependerá de las
decisiones que tome el primero quedando supeditado a ese espacio-tiempo sin
posibilidad de alterar su función o actividad, al igual que otras vidas: hormigas,
termitas, abejas, delfines, elefantes…, tabulados por intereses humanos.
Todos los que profesan en su medio una ardorosa rivalidad por ganar
manteniendo sus intereses a capa y a espada, cueste lo que cueste, olvidando a sus
congéneres y a la Naturaleza que los acoge y de la que dependen, son unos
golfos. Una afirmación que, tal vez, evoque la excepción que confirma la
regla de unos políticos mangantes, chorizos y caraduras. De unos altos cargos y
dirigentes empresariales convencidos que ellos son el motor de la economía
arriesgando sus bienes cuando, en realidad, son unos tramposos caminando al
filo de una ley que transgreden a cada instante. De unos mandatarios religiosos
que hacen a pelo y a pluma a fin de lograr sus objetivos ocultos. De muchos
otros hombres de profesiones muy diversas insolidarios y acaparadores de
enormes rentas que ni en mil vidas serían capaces de gastar.
Presentarse ante un futuro incierto e inseguro manifestando que no hay
político honrado, ni cura sano, ni empresario generoso, ni gente con empatía no
es cierto ni justo, pero si un pronto que debería servir de revulsivo para ser
pensado. Ponerse en contra del mundo, tal vez, no sea lo más apropiado,
pero hay que defender a los que vociferan, discuten e, incluso sin llegar a las
manos, se sienten discriminados. En la política ya se sabe: hipocresía, mentiras,
inutilidades de prestidigitadores que negocian diciendo lo que la gente quiere
oír en espera de su voto. Religiosos machistas, mujeriegos, maricas, pederastas,
vendedores de mercancías increíbles y gratuitas (que mejor no cuestionar) pretendiendo
vivir de la mejor manera posible. Empresarios desvergonzados, tiranos,
engreídos, malvados capaces de hacer cualquier cosa por ganar dinero y alzarse
por encima de los demás como salvadores de sus culos.
No hay como hacerse el pasota, el ignorante (si es que no lo eres) y
reírse de sí mismo. Tartamudear, causar agobio y ser más hilarante Machacar
a los vehementes que no reconocen que hay un montón de verdades entre la que
está la suya. No obstante, no se ha de renunciar a ser uno mismo, no sea que a
la farsa se acostumbre y en tonto de baba se convierta.
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