martes, 26 de febrero de 2019

ANTE LAS ELECCIONES A LA VISTA


No me gusta la caza, ni las procesiones, aunque sean de Semana Santa, ni las corridas de toros, por mucho que formen parte de un folclore muy nuestro. Pese a ello, me siento tan español como el que más; tanto como quienes enarbolan la bandera de España en un acto de parte aclamando a un partido político que sólo a ellos representa. ¡Bien podían exhibir su propia enseña y no hacer gala en público de la de todos! ¿Y qué decir de los ultras, forofos, radicales, independentistas, fanáticos, nacionalistas... que, incapaces de contener sus instintos animales, los airean para imponérselos a los demás soliviantando sus sentimientos? Sentimientos sinceros y privados que todo español llevamos a flor de piel, en nuestro corazón, actuando juiciosamente. Sentimientos a preservar, instruir o controlar para que la cordura se imponga, se distingan mensajes exacerbados o lecciones excluyentes que solo conducen a la barbarie.

Afortunadamente, las personas somos distintas y no pensamos igual. Las tradiciones no siempre son estupendas y las atávicas costumbres, basadas en la ignorancia o el abuso, están en plena decadencia. No obstante, nadie hemos de renunciar del pasado que nuestros padres nos enseñaron. Ello nos caracterizó y lo expusimos con orgullo. Algo que es muy propio de todo individuo, hombre o mujer, haya nacido donde haya nacido, hable la lengua que hable o le identifiquen otras circunstancias. Pero, en estos tiempos, muchos (especialmente políticos) acuden a tentar nuestras fibras sensibles en su propio beneficio, jugando a su antojo con el placer o el dolor que a todos nos mueven.

Nadie en su sano juicio quiere la desdicha. Al contrario, todos deseamos el bienestar. Por eso habremos de cuidarnos de aquellos que nos prometen fantasías o cosas que no pueden cumplir. De los que mienten, rechazan e insultan a los demás. De los que se creen más que nadie. De los que se consideran en posesión de la verdad. De los que nos muestran un camino fácil por el que sólo ellos nos pueden llevar.

No hay que fiarse de los que abogan por la fuerza y desdeñan el dialogo o los acuerdos con los demás. Los que se piensan ser más españoles cuando todos somos de la misma nacionalidad. Los que recurren al ordeno y mando, al ímpetu y la sinrazón. Los que invocan a la cristiandad y no saben ser humildes. Los que con una mano se dan golpes de pecho y con otra quitan el pan.

No nos dejemos llevar por siglas de partidos en las que se encuentran lobos camuflados. Examinemos antecedentes y valoremos ofertas que nos revelen la honradez de sus mensajes y el bien general de la gente. Y, por encima de todo, meditemos en positivo de aquellas voces que nos faculten de más poder en detrimento de quien o quienes lo ostenten. Un poder que es, ante todo, la voluntad de obrar o decidir lo contrario. Un poder que permita gozar, a cada uno de nosotros, individualmente, de una autoridad que nadie nos pueda hurtar para votar a quien queramos, ser libres de expresar nuestras ideas y manifestarnos.

Eso sí, ese poder es una gracia que entregaremos a los políticos que se la disputan. Por tanto, hemos de ponderarla exigiendo, a quienes la reciban, que la utilicen conforme a lo que prometieron. No tengamos complejos y liberémonos del miedo, la ignorancia, el servilismo, el interés, sin dejarnos llevar por la tendencia humana de quedarnos con lo último, con la moda que las televisiones y medios de comunicación nos imponen. Asegurémonos, después, que los políticos cumplen sus promesas ya que, en caso contrario, degradarles o retirarles nuestra confianza será difícil; salvo que les hagamos comprender, mediante medios pacíficos a nuestro alcance, que no toleraremos sus abusos o locuras y nuestro apoyo no es de su propiedad.

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