lunes, 1 de junio de 2020

LA CODICIA DEL DINERO Y EL PODER (Una enfermedad que nos persigue)


Rogaría encarecidamente a los que accedan a estas líneas que repasen la historia de España. Que escudriñen objetivamente el pasado, desde finales del siglo XIX, y comprueben si un caldo de cultivo, similar al de entonces y hasta el comienzo de la Guerra civil y fratricida, se está urdiendo entre los españoles para que se vuelvan a enfrentar. Entonces, como ahora:

.  Se cuestiona la legitimidad del Gobierno.

. El fracaso y la radicalización de la clase política parecen evidentes.

. La discordia entre bandos políticos no cesa alterando la convivencia ciudadana.

. Ostentar el poder político, económico, social… se codicia, sea como sea, por los partidos.

. Los ciudadanos comienzan a tomar posturas y se les nota más intolerantes.

. Alguien está interesado en volver a las “andadas” empleando medios inaceptables.

Hoy, parece que se está tratando, sin pasar por las urnas, de derrocar al Gobierno basándose en: despotricar la función del Ejecutivo; atribuir la crisis económica que se avecina; culpar la gestión de la pandemia y los muertos causados, incluso los de ETA;  acudir a la justicia por una mayoría de cuestiones, aunque queden en nada; por nombramientos afines o por cualquier tema que se le pueda sacar punta envenenando a la población con infinidad de bulos, insultos, mensajes destructivos que repiten y repiten hasta hacer creer que son verdad siendo mentira.

Tal vez, la historia deba repetirse: me aterra. Igual, supongo, les ocurriría a aquellos que con sus reenvío de whastsapp (inocentes o no) echan leña al fuego. Solo con pensar en el cruento y pasado acaecido, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, me pongo a temblar.

Sé que los hombres ni hablan, ni sienten, ni actúan de la misma manera y ninguno escarmienta en cabeza ajena; sin embargo, insistiré hasta la saciedad para que la guerra no vuelva y el hambre no llegue. Por eso, desde estas líneas, pido a los partidos políticos que se pongan de acuerdo ya que hemos de convivir en el mismo territorio: España. Ella, por muchos intereses o privilegios que se arroguen, a todos pertenece y nadie ha de ser más que nadie.

Hoy la incultura no está tan generalizada como ayer y las almas de las Fuerzas Armadas, que antaño confrontaron con su fuerza bruta, debatirían intelectual y razonablemente, pues,  de no ser así, el peligro se repetiría y eso es inadmisible y no se puede repetir en una España civilizada. La clase política ha de aunarse y erradicar las desconocidas fuerzas o enfermedades del mal de aquel tiempo, que hoy son totalmente conocidas incluso por analfabetismos del que carecemos, si bien, la pobreza se resiste a desaparecer por la codicia que nos arraiga.

Eleven los ciudadanos sus espíritus para gozar con la inspiración de las artes y las ciencias. Identifíquense con ellos y expresen, como ahora hago yo, sus puntos de vista. Que no sean encuentros insoportables como hacen los tertulianos  en la noche del sábado en la Sexta televisión, descubriendo las debilidades humanas con sus extremados criterios. Olviden la ira.

Aceptemos vivir con el germen de la diferencia que no se podrá desterrar como la cabeza del resto del cuerpo: es preferible ser un cornudo vivo, que no dejar de serlo y morir en el intento.

¡Qué la sangre caliente de los españoles se aplaque como el frió aplaca el humor de la gente nórdica! El Pueblo español, consciente, se ha de aprovechar de la luz y la fuerza que lo iluminan.

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