Un día tras otro siempre diciendo
lo mismo.
Al principio, cualquier bulo
puede sembrar dudas en quien lo lee o escucha, pero si la intensidad en
repetirlo va incrementándose, las dudas se difuminan hasta convertirse en
verdad, aunque se verifique su falsedad o, incluso, el embustero lo desentrañe pues ya, para entonces, el incauto lo ha ratificado como si fuera él su autor. Curioso, ¿no?
Se dice que toda persona es
inocente mientras no se demuestre lo contario; sin embargo, este no es el caso:
El mentiroso no necesita demostrar que no lo es o que se trata de un error
pues, como he citado, el ingenuo receptor lo hace suyo.
La verdad, la mentira y sus
insinuaciones tienen muchas caras y justificaciones. Esto no lo ignoran la
mayoría de los políticos que tienen respuestas para todo y a sabiendas,
llegado el caso, dejan caer improperios sin importarles la maldad que producen
(es el objetivo que pretenden), aunque al ser descubiertos lo nieguen como
diablos o argumenten que rectificar es de sabios, si bien, el daño ya está hecho.
Calumnia que algo queda.
Existen verdaderos especialistas
que ni se sonrojan diciendo toda clase de embustes e improperios. Estos son de
todas las clases e ideologías: los originados por error, los piadosos, los
inventados por maldad y otros muchos descalificantes. Una necesidad
característica de determinadas actividades de las que cabe destacar la
política: un oficio, un modo de ganarse la vida, una realidad “necesaria” que
no pasa de moda, aunque en estos tiempos haya crecido y seguirán haciéndolo
con mayor profusión en los medios de comunicación, en las redes sociales hasta que
estallen, pero, para entonces, que les quiten lo bailao.
¡Qué desgracia la suya que para
comer tienen que ser despreciados por mentir!
Un medio de vida con la que se
chantajea y amenaza, se extorsiona y ganan favores. Después, existe aquello de si
te he visto no me acuerdo. Políticos, periodistas, vividores del cuento,
sinvergüenzas, tratantes, chamarileros, influyentes, mequetrefes, creadores de
polémicas, de enfrentamientos, de odios y miedos.
Como en todo, la educación
recibida desde la niñez tiene mucho que ver y deja huella; si bien, es en la juventud, dominada por discursos mafiosos, sexo, moda, tendencia,
promiscuidad, religión, ilusión, deseo…, cuando secuestran hasta el más íntimo de sus pensamientos, constriñendo lo espontaneo, la iniciativa, sus mejores
perspectivas marcando muy profundamente un estado de ánimo del que jamás se podrán desasir, aunque finalmente (tal vez muy al final) se imponga la
infancia vivida.
Reconozcamos que el origen de todos nosotros es un polvo de ahí aquello de: “polvo eres, polvo serás y en polvo te convertirás”.
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