viernes, 9 de marzo de 2012

REFLEXIONES SOBRE EL PROYECTO DE CIUDADES OCUPACIONALES (PCO)

En muchas ocasiones, me he preguntado si se puede hacer algo acertado pero injusto. La respuesta afirmativa es acallada de inmediato por un deseo, por una inquietud. Un deseo que prefiere hacer algo justo y no acertado, antes que lo contrario; una inquietud que se sosiega en la confianza de que lo justo ha de prevalecer antes que la cordura.
Lo ideal, lo razonable, es que lo justo y lo acertado estén en la misma dirección. No obstante, hay voces que aducen la inexistencia de formulas exactas para analizarlo: ¿Cuál es el sentido de la justicia? ¿Se acertó o resultó un fracaso?. Siempre la historia nos fue contada por los vencedores. El futuro se ignora y el presente (que es único tiempo que nos toca vivir) lo revolvemos continuamente sin darnos tregua, ni cuestionarnos: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué?...
Vemos surgir leyes injustas; medidas acertadas atropellando derechos humanos; gente en la miseria o siendo miserable; en la indigencia o en la abundancia; esquilmando pese a tener lo que nunca nadie podrá gastarse; quemando bosques o reflotando cadáveres ...
Existen en el PCO cosas desatinadas (que las habrá), sin embargo, es el pensamiento de equidad el que me ha llevado a idearlo, mi sentido de la justicia, tratando de velar por los intereses de todos los hombres sin distinción de clases: un clamor del hombre. Por la felicidad del rey, los poderosos y los ricos; los pobres, los trabajadores y los desahuciados; sin más consideración que el respeto a los seres vivos, a la Naturaleza (mi Iglesia), en el mantenimiento del bienestar exento de sucesivas crisis que lo deterioren.
La historia está llena de guerras, revoluciones, conflictos, protestas y, prácticamente, de ninguna hemos aprendido, pese a que el denominador común de todas ellas, es el abuso por parte del hombre sobre otro hombre. Un abuso intolerable física y moralmente, del que el factor económico ha sido clave, más aún que el componente religioso que sólo, parte interesada, lo exhibía como excusa. Hoy las condiciones no han cambiado.
Se puede argüir más justificaciones si se quiere, pero todas ellas estarán amparadas en el poder absolutista (sea monarquía, dictadura u otro régimen); en arrogarse derechos divinos o inexistentes; en el empleo de la fuerza, el engaño o la traición; en la esclavitud, el sometimiento o la imposición arbitraria; en la legislación de medidas impresentables violando voluntades ajenas o estableciendo aranceles, contingentes o bloqueos. En el fondo, no hay duda, consiste en acaparar riquezas, prebendas o privilegios, porque ¡y he ahí la cuestión! vamos a desaparecer, a morir. Sí. Vamos a morir. ¿Alguien lo ignora? No pensamos en ello y apenas en nuestra temporalidad. Y es que no somos eternos ¡Qué aburrido sería que lo fuese! Ni siquiera las personas jurídicas lo son. (El PCO se encarga de ello). Todas, sin embargo, deseamos vivir lo mejor posible, con salud, con Rentabilidad (un logro que nos debe estimular), con felicidad. Eso sí, ¿cómo conseguirlo? Optamos por el camino del bienestar a través del poder que nos permita tener riquezas. Riquezas que nos brinden la sensación de seguridad: aportando disfrute, cambio por otros bienes o cobertura de infortunios. Pero estamos equivocados. Deberíamos, como cuando iniciamos un negocio (que no es sino una idea), pensar en la situación, en lo qué hay, con lo qué contamos, sus perspectivas… y emprenderlo, en su caso, con entusiasmo, independientemente del devenir estimado: riesgo, reveses, incertidumbre, competencia, etc.. Entonces, ¿ por qué no pensar en ello? ¿por qué no buscar otro tipo de seguridad?.
Hay riquezas que explotar, servicios que realizar, producir bienes que consumir. Hay para todos pese a su limitación. Para todos aquellos que lo deseen y se esfuercen por ello. El problema surge en la confianza. ¿En quién depositarla y que actúe de manera ecuánime? No nos queda otra. El hombre está por medio. Una corporación de hombres Un ejecutivo que tenga limitados y controlados sus poderes: su tiempo en el cargo, sus beneficios, sus rentas, su evasión, su herencia y, por supuesto, clara su responsabilidad. Sabiendo que en su horizonte les aguarda la posibilidad de convertirse en uno más. Un ciudadano más, ocupado en lo que  le corresponda, sin que ni a él ni a nadie le sea posible morir en la abundancia, cuando la indigencia a otros no les permite nacer.
Que la Paz y el Amor nos unan

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