Los dirigentes políticos son necios o están ciegos permitiendo que lo mejor de España, los
jóvenes, emigre a enriquecer a otros países; es algo que olvidé decir en mi
anterior entrada y añadiré que, aunque les importe, no les he oído lamento
alguno; al contrario, lo han alabado viendo sólo oportunidad o aventura en ello.
Es tan indecente su actitud, desde su atalaya confortable, sin que la crisis
les afecte, que políticos de base se esconden como si fueran basura sin serlo y,
además, ni entienden ni rechistan; ni siquiera se atreven a pensar en sus
consecuencias. ¿Cómo ocultar lo evidente? ¡Basta de trucos! No cabe colocar más espantajos que únicamente
a la ignorancia engañan, ni enroscarse más con misivas injustificables dignas
de bandidos: la posición de las piezas del ajedrez y pasado tanto tiempo ya no
lo permiten. Competencia o no del Gobierno, el Estado, del que todos formamos
parte, no lo puede sufrir, ni tolerar. A su costa nadie ha de “vivir por encima
de sus posibilidades” y, menos aún, sanguijuelas purulentas esquilmando la “sangre, sudor y lagrimas” del
resto de ciudadanos, empleando, según leo, algunos de los conceptos que cito, ordenados alfabéticamente.[1]
“El reconocimiento
de un error es por sí mismo una nueva verdad y como una luz que dentro de éste
se enciende... La política es una tarea difícil, ésta será la adecuada para
gobernar, pero no desoyendo a los profetas…, que diría Ortega. Por ser
independiente, irá a la deriva, maquinalmente, no anticipándose a lo previsto”.
Yo diría por no escuchar a la opinión pública sin la cual no se puede
gobernar por mucho tiempo, dado que “la forma superior de la convivencia es
el dialogo en el que se discuten las razones de una idea y sin opiniones, la convivencia humana
sería el caos”.
He leído también, que el Estado lo burocratiza todo, hace
que todo mengue, vaya más lento, no crea riqueza, ni da sentido de rentabilidad
a las cosas. Sobretodo, buscando seguridades, incluso, donde no se precisan,
generando un derroche improductivo e innecesario. Del Estado como poder público
no se puede prescindir por necesidad social y no se ha de permitir que ningún
grupo, partido o asociación, consiga su poder. “No hay política buena, sólo
cabe una política menos mala”. Por tanto, evitemos cargas nefandas e
ineficaces al Estado.
El Estado que nos acoge a todos, no debe velar por nadie
en especial, salvo fuerza mayor, consecuente de que el principal motor debe ser
Él: Produciendo más y/o gastando menos. No aumentando fuerzas de seguridad,
ni instituciones, ni funcionarios, ni políticos, ni asesores que no sean rentables.
No gastando en hipotéticos medios de defensa, en entes vagos o parásitos, en
organizaciones privadas, interpuestas, testaferros o con fines distintos a un bien
común mayoritario. Sí en entes rentables, con balances transparentes y partidas
dedicadas a la producción, objetos sociales claros que agobien la pobreza o velen por la mayoría
de sus ciudadanos. Sí a las empresas que generen beneficios, inviertan y
compensen a sus propietarios y trabajadores, limitando las rentas, las
herencias, proporcionando salud y educación gratuita, el despido libre, el
pleno empleo, la vivienda digna,
evitando la crisis. No a la especulación, a las prácticas
oscurantistas, al logro desmedido de riquezas, a la mendicidad, a la
desigualdad de derechos, a los privilegios y prebendas que no son si no estafas
de un Estado partidista.
Sí a los partidos políticos, sindicatos,
derechos humanos y esfuerzos retribuidos
de los que hemos hablado y hablaremos en nuevas entradas. Nuestro blog irá
dando soluciones para ello.
[1]
Arrogancia y no
negociación. Blanqueo de capitales. Colocaciones a dedo. Compras/ventas fraudulentas.
Desahucios. Dinero negro. Economía sumergida. Escándalos financieros. Estafas.
Explotación laboral. Extorsiones. Fraude de impuestos. Incrementos
injustificados de riqueza. Indulto de delitos. Influencias y otras corrupciones
en general. Lealtades políticas. Levantamiento de bienes. Modificación de leyes
y normas por sus intereses. Pago de favores. Paraísos fiscales. Privatizaciones
y pelotazos. Recalificaciones en beneficio propio. Robos y malversaciones de
fondos. Saqueo de fondos públicos. Sobornos. Utilización de información
privilegiada.
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