domingo, 16 de febrero de 2014

LA TEÓRIA DEL CUADRÁCULO.- La creencia



Continuando la guía prevista del MPC (Movimiento de Persistencia hacía la Concordia, finalizaré hoy con La Teoría del Cuadránculo con unas notas para la reflexión por las que, sin entrar a considerar lo que se entiende por violencia, la rechazo de plano, sin más; incluso, ante la acción legítima del rechazo a una ley injusta. Por supuesto, cualquier cambio que se realice, tendrá que hacerse a través de los medios legales instaurados, es decir, dentro del marco principal establecido en las leyes de cada país (Constitución, Enmiendas, Carta Magna). Merecería la pena no obstante, que La Ley de leyes además de ser respetuosa con la democracia, la libertad, la igualdad de oportunidades, los recursos naturales, fuera más flexible y alternativa para hacerla más duradera. Lo ideal, a mi juicio,  sería que hombres buenos se postulen o sean presentados por los partidos políticos y elegidos por los ciudadanos para comenzar su revisión permanentemente buscando objetivos universales a los que todos aspiramos: la búsqueda de la armonía y la seguridad que proporcione felicidad a las personas en un plazo razonable. Siguiendo la estela de la vida recogida en la carta de derechos humanos
Para que surta efecto un cambio en el Sistema,  la persona física se ha de olvidar de la propiedad. No ha de considerarse superior a nadie (ni más listo, ni más guapo, etc.) y despojarse de su ego. Ha de fusionarse como un todo con la Naturaleza y el poder y el lujo no sean un metal. Entonces, será posible un mundo mejor (Mª de Gracia).
Los economistas dicen que para la creación de empleo es imprescindible que haya crecimiento; sin embargo, éste sin aquél no tiene sentido. Una especie de noria o círculo vicioso del que hay que salir, salvo que volvamos o continuemos por el camino de la especulación absorbiendo cifras inconclusas o vendiendo humo que nada determina; un Fondo de comercio cuyo valor malogra el mercado; una calificación a resultas de una noche de insomnio. Ahora bien, con exceso de producción en nuestra Europa, nada mejor que adecuar su reparto, su regulación y evitar el desempleo; algo de lo que la economía competitiva se resiente, en manos de grupos financieros sin interés alguno por la producción, salvo por su cuenta de resultados. No está en producir más sino mejor; en conseguir riqueza sino en distribuirla equitativamente; en dar limosnas, subsidios o prestaciones sino en enseñar cómo obtenerlos para vivir; ni siquiera en crear puestos de trabajo sino en que la gente tenga actividad y por supuesto, no a costa de cualquier precio sino con respeto a la vida digna y a todo aquello que la hace posible.
Los ortodoxos del Sistema capitalista (liberales no intervencionistas) consideran que la economía de mercado es la ideal en virtud de que dicho mercado se regula por sí mismo. Si eso es así, ¿por qué, por la misma razón, no se permite que la sociedad se rija por la ley del más fuerte? ¡Qué locura! Obsérvese, que el hecho de ser inadmisible no significa que sea incierto o no suceda; sin embargo, la sociedad no es como la Naturaleza que se regula por sí misma. La sociedad necesita que existan las condiciones mínimas de supervivencia y orden para acabar con la pobreza tanto material como intelectual, desterrando la anarquía o la competición que desdeña el bien general en su propio provecho.
Los empresarios suelen decirnos  que son los benefactores de la colectividad: “Somos la fuente del trabajo y los que arriesgamos nuestros bienes”. No se cansan de repetirlo. Y reflexiono: Acaso, ¿no son los obreros igual que ellos motores de la economía? Posiblemente no sean el origen o el motor de arranque, pero sí su desarrollo. Y desde luego, no arriesgan nada porque, está claro, que nada tienen. La diferencia de retribución de ambos es considerable y no tiene paragón, cuando, en definitiva, los unos sin los otros nada representan y están obligados a entenderse.
Unos poseen tanto, que no han de preocuparse del futuro y nada les obliga. Los que carecen sí tienen motivo de inquietud y están coaccionados. Ahí puede consistir la diferencia. En muchas personas suele ocurrir (y en situaciones como las actuales con más frecuencia), que nada tengan que perder y el caos o el delito no les importe. No cabe duda, que la violencia engendra violencia y, a veces,  entre las partes, las palabras se tornan violentas. Hay sentimientos de misericordia que no son tales. La paz y la sabiduría convendrá revestirlas de paciencia y generosidad para transformarlos.
No fluye la generosidad y la confianza es necesaria para todo. Y lo es, particularmente, para sentirse bien, encontrar empleo o lograr un objetivo; y lo es, colectivamente, para saber que vivimos en un mundo único posible que sólo nos pertenece en parte; el más maravilloso y seguro que nunca fue y que lo seguirá siendo en la medida que nosotros actuemos. En ambos casos, se trata de una decisión individual que perfectamente puede ser encauzada y dirigida por el poder existente y a cuyo gobierno siempre le resultará rentable.
La confianza no es otra cosa que una creencia.

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