domingo, 23 de febrero de 2014

ES LA HORA DE LA JUSTICIA Y LA EQUIDAD



No puedo permitirme continuar con el quinto apartado del  P.C.O. que tenía previsto, sin antes profundizar en la entrada anterior sobre Juan Carlos y Paco. Muchos me han hablado que no es posible hacer ciertas comparaciones tan disparatadas entre un Rey y un mecánico. Ello me ha desconcertado preguntándome si acaso, Juan Carlos y Paco, no son dos personas más como los millones de habitantes que poblamos el planeta. Y me he sentido atónito cuando, evidencia tan clara, es refutada por voces cultas que nunca podía imaginarme. Es asombroso, a mi juicio, que alguien hoy, pueda discrepar de tan elemental aserto, por no aludir a la extrañeza que a muchos causa la escasa distancia que nos separa del resto de los animales. Está claro, que no me expresé de acuerdo a la función que cada uno desarrollamos o a la fe religiosa contra la cual no existe razón posible. No seré yo quien dé pábulo a la idea de que el hombre ha sido creado de forma independiente al resto de los seres vivos, ya que considero que la gracia de Dios no ha sido vertida ni a caudillos, ni a reyes, ni a estrafalarios brujos o a los que se arrogan su representación. Bien poco conocen éstos de la similitud entre el azúcar y el serrín.
Aclarados tales despropósitos, existen voces, por supuesto, que sí apoyan mi comparación (formulada desde la supervivencia y miras tributarias en las que el P.C.O. hace hincapié para equipararnos),  pero no desde el punto de vista laboral por el cual Paco cumple la ley y Juan Carlos no. Éste, que se sepa, no paga seguros sociales, no sabemos en qué epígrafe fiscal se encuadra, ni a qué legislación debe acogerse su nuera, por ejemplo, si es despedida. La Ley no es igual para todos, sin duda.
Lamento no haberlo sacado a colación, pero esto nos es más que una palpable prueba de que no somos iguales ante la ley. Y, si desde lo más alto de la pirámide se incumple con lo que se legisla, debemos ir bajando en el escalafón y comprobar situaciones ignominiosas que se están dando de igual manera. Tal vez, sean muchos los que estimen que algo tan simple no tiene sentido; sin embargo, precisamente por eso, poco cuesta dar ejemplo de honradez siendo honrado y no sólo manifestándolo. Sucede también con infinidad de parásitos que predican con sus lamentables ejemplos, llenándose los bolsillos, gozando de prebendas, viviendo ajenos a las injusticias que sufren pobres y desfavorecidos. Es más, sus irresponsabilidades nos alientan a emularles y de ahí que aumente la economía sumergida, el descrédito político o la impunidad con las que muchos actúan, aunque nada de esto nos sea nuevo.  Precisamente el Estado no debería (a través de quien lo representa) personificar ninguna de tales “virtudes” y eso lamentablemente no es así; entre otras cosas, porque la única manera de hacerse respetar es llegar a acuerdos, convencer no imponer, acreditar transparencia no ocultar, acoger no abandonar, velar por la comunidad no perseguirla.
Nunca será paradigma de nadie un país como, por ejemplo EE.UU. aplicando la razón del más poderoso, seguramente siguiendo la tradición de las armas con las que sus hombres del oeste se imponían. Ni un Estado carente de sabiduría, misericordia o dejando a sus cadáveres en las cunetas. Ni es clarificador amasar dinero mientras  hay gente que muere de hambre. Tener  catedrales, tronos y riquezas y seguir tan panchos. ¿A dónde se llegará con tantos millones? ¿En que se los gastarán? ¿Qué hará el Rey con el patrimonio que tiene? ¡Puerca miseria!   Nadie quiere que ser igual a nadie, pero si tener las mismas oportunidades y, por supuesto,  sin  dilapidar lo que la mayoría carece: Eso es impiedad, inmoralidad, aberrante. Tanta impotencia sublimará la violencia en la cabeza y la violencia genera violencia. Y hoy, no toca imponer la ley del más fuerte, ni del mal listo; es la hora de la justicia y la equidad.  

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