domingo, 8 de junio de 2014

NADA ES INMUTABLE, LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA TAMPOCO

Nada es inmutable. Todo permanece en continuo movimiento. De ninguna manera, por tanto, lo puede ser La Constitución española. No aceptar actualizarla, de conformidad con los tiempos que corren, es casi como admitir que somos inmortales. Y ni lo somos y nada lo es. Es más, la adaptación es sinónimo de vida y supervivencia, de evolución y desarrollo para que sea duradera y legítima. Nada hay nada más resistente y moldeable que un cabello que se peina cada día y, al contrario, se desmorona de un soplo el polvo añejo que no se toca. Sin embargo, los nostálgicos de la transición (después de cuatro décadas de inmovilismo) aún vienen a decirnos que es mejor no pensar: “No sé preocupen. Nosotros pensamos por usted. Olvídense de los slogans ilusionantes de la democracia, la libertad o la igualdad, que nosotros también se los proporcionamos sin necesidad de cambiar nada”. Pero eso no es posible. La democracia, según el diccionario, es el sistema de Gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía mediante la elección de sus dirigentes. La libertad es la voluntad propia de elección y la igualdad, aquella conformidad por la que las personas tienen las mismas oportunidades, sin discriminación ninguna. Algo, por consiguiente, habrá de cambiarse.
No hay padres, salvo casos excepcionales, que deseen mal alguno a sus hijos; todos procuran el bien para ellos, aunque nadie sepa que es lo mejor. Por norma, se asimila al dinero, al poder o a la intangible felicidad. La Monarquía, ese sistema político arcaico y trasnochado, tratando de mantenerse como si fuera una humanidad diferente o clase superior al resto, sacrifica a cualquiera de sus miembros (en especial a los hijos) que le corresponda la responsabilidad de aceptar la jefatura del Estado. (Al parecer, por la gracia de Dios). Todo ello sin el beneplácito del heredero y contraviniendo los tres atributos anteriormente mencionados (democracia, libertad e igualdad) que la gente considera esenciales. Así que, el varón primogénito, en el caso de España, será rey y para eso ha sido preparado desde su nacimiento. Pasará a reinar (suena a cuentos de hadas) con el nombre de “Felipe VI, El Preparado”, a juzgar por el comentario más sonado, que le designa con tal condición.
Esta claro, que las cosas han de hacerse de abajo para arriba, porque éstos (empleados todos, sin crisis y alejados de la realidad) por lo general, están dispuestos a sacrificarse y los de a pié no deben permitírselo (al menos, para semejantes menesteres) y ser ellos los sacrificados. Ya transciende que una hija del futuro rey de España será su sucesora, aún sin tener edad de saber si quiere o no heredar, si podrá estar o no bien preparada, sin haberse modificado La Constitución, que habrá de cambiarse. Y, si para este caso es necesaria su modificación, ¿por qué no emplear la democracia, la libertad y la igualdad, de la que muchos tanto se llenan la boca, para hacerlo y acallar malos entendidos?

En La Constitución cabe lo que se quiera que quepa. Imperativamente no hay que descartar ningún modelo; al revés, las posibilidades, alternativas y lógicas decisiones se pueden ver contempladas en ella. ¿Por qué no darle forma e incluir a una monarquía parlamentaria y a una acordada república que, cuando corresponda y en determinadas circunstancias, se elija lo que convenga? ¿Por qué no dar entrada a otro modelo del territorio en el que habitamos, como puede ser el federalismo u otro que, en su caso, ofrezca otra alternancia? ¿Por qué no formular el perfeccionamiento activo en la Constitución de manera continua, sin romperla? Tendería a ser un instrumento flexible, dinámico y justo; tal vez, para eso, reste de mucha educación y respeto que aprender. No obstante, la democracia, la libertad e igualdad son tres pilares a los que no se puede renunciar. Del pueblo depende.

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