viernes, 29 de enero de 2016

LOS MAESTROS DEL INFUNDIO

Esta mañana me he levantado con el feroz impulso de anunciar, como si fuera un pregonero, que la apertura de gran circo de España ha comenzado. En él se representarán los mejores espectáculos jamás vistos: temibles leones saltando sobre domadores inexpertos, malabaristas equilibrando sus entrañas sobre el trapecio, músicos adormilando serpientes, magos haciendo desaparecer las carteras de los asistentes, payasos tontos y listos provocando las delicias del público y otras actuaciones que, sin ser el más difícil todavía, llenarán de tristeza y alegría a un respetable que, para verlos y de antemano, pagará su entrada suponiendo que algo distinto sucederá en tan redondo hemiciclo. Lo que ninguno de los asistentes puede imaginar, es que todo el montaje gravita en una sarta de mentiras como norma: luces sombrías, flores sin olor, canciones insustanciales respondiendo a un mayúsculo artificio como los espejos de la risa de las verbenas o las apariencias de agua ante una sed irresistible de un ardiente desierto.
La mayoría de actores gozan de privilegios, prebendas y emolumentos distinguiéndose del resto de mortales, aunque ellos también mueran. No necesitan de disimulos para ser unos farsantes amparados en una compañía carente de principios. Previamente, formaron comitivas anunciando sus bondades y augurando increíbles promesas con proyectos que jamás cumplirán. Fueron elegidos, generalmente, los más extrovertidos y teatreros que, alumbrando esperanzas, no reclamaron nada para sus patrocinadores ni para ellos. Luego, harán su agosto llenando de rabia, frustración e impotencia a muchos crédulos y a otros candidatos que esperarán hasta la siguiente ocasión, para cuando se haya olvidado las incesantes corrupciones sucedidas, las fiestas sorteadas y los propósitos de enmienda aforados con el paraguas de la impunidad y las ganas de vomitar tanta mierda hayan sido calmadas.
Los carteles cambian, los cromos se renuevan, las alfombras rojas destacan y el espectáculo continúa. Sí, efectivamente. Es toda una diversión comprobar cómo sus promesas a nada conducen. Son palabras y palabras que se lleva el viento dejando ilusión entre quienes se las creen e incertidumbre o desazón entre los que de ellas no se fían; mientras, los galanes se ríen y manipulan a sus seguidores, ya que en realidad no les importa hacer de su capa un sayo.
¡Qué poco cuesta mentir, prometer, crear esperanzas para que incautos e inermes les sigan!
Desde el Lazarillo de Tormes, con el que tomamos conciencia de la picaresca, y Benito Pérez Galdós que nos la ratificó, hasta hoy, los chiquillos van detrás de histriones que mueven, a base de golpes con un palo, el chorizo atado al extremo de otro, entonando: “Con la boca sí, con la mano no”.

¿Cómo cumplirá Rajoy, por ejemplo, su solemne propósito de paralizar el proceso soberanista si  deja de ser el presidente del Gobierno? Ya, antes de que lo fuera, mintió descaradamente a los españoles con voces incumplidas, acallando impulsos, metiendo miedo, preconizando lo que no sabía al igual que ahora hace. Mueve un palo con otro sin que nadie pueda hincar un diente a los chorizos que airea. Sus compromisos se marchitarán entre el silencio de sus defensores y el olvido de la gente y permanecerá el olor a podrido de una España corrompida. Similar a la que tuvo que dejar Felipe González, enterado por los periódicos de lo que pasaba en su partido y, ahora, tal como lo hizo Aznar con sus armas de destrucción masiva, alerta y maldice de otros que comienzan como él: indignado, arrasando y seguro. ¡Qué nadie nos engañe; dejemos que España se ventile de golfos y rufianes, exigiendo la honradez que falta! Basta ya de lobos disfrazados de Caperucitas, estamos hartos de confiar en tramposos.   

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