jueves, 18 de julio de 2019

SENTIMIENTOS Y HECHOS PELIGROSOS


No acierto a comprender que algo como el sentimiento religioso o la incitación al odio, pueda ser motivo de delito castigado con penas que son, incluso irreparables, como el de la cárcel.

El odio, según mi entender, es un sentimiento por el cual, alguien que lo experimenta, arremete contra otra persona o cosa mediante manifestaciones o expresiones verbales, escritas o teatrales.

Solo quien lo experimenta (patológicamente o no) lo siente y lo padece. No así la persona odiada (que la mayoría de las veces lo ignora) y, menos aún, en su caso, la cosa (carente de sentimientos). Por tanto, el sentimiento de odiar no hace daño a nadie que no sea al propio sujeto que odia. Los odiados, al contrario que aquel, lo olvidarán fácilmente, se mostrarán indiferentes sin que para ellos represente nada significativo y, sobre todo, no podrán evitar lo que de ellos no depende.

Caso bien distinto sería el empleo de la acción directa, tanto pacifica como violenta, en la que cabe interponer una demanda, en sus justos términos.

Es la acción ejercida por el sujeto que odia (o por quienes lo representen, en su caso) la que sí puede entrar a formar parte de la clasificación de faltas y delitos y, por consiguiente, ser penado el autor (o autores) en razón a los daños causados (nunca por el sentimiento de odio que sufran o digan padecer). 
Nadie puede probar ante un tribunal lo que su alma experimenta, por lo que alegar un sentimiento para acusar y denunciar, es tan burdo como jugar a la lotería esperando que toque; si bien, es cierto que, a veces, los jueces lo admiten a trámite.

Son las acciones las merecedoras, en su caso, de castigo, no el hecho de sentir.

Manifestar el rencor, el odio, la envidia e, incluso, el deseo de que fulano muera, no tiene por qué ser delito, aunque para ello invoque a dioses o espíritus, rece o haga sortilegios, peregrine a lugares fantásticos o ejercite la magia negra en el Caribe. Ya de niños nos enseñaron a poner una pizca de sal sobre una torre hecha de guijarros, para que a quien la destruyera se le traspasara el anzuelo del ojo que nos torturaba.

Instigar al odio no es ejercerlo. Cabe, sí, todo tiempo de advertencias para quienes lo pongan en práctica como el hecho de conducir a más velocidad de la indicada. Cualquier anuncio nos sugestiona con sus beneficios a veces catastróficos, pero no por ello son delictivos. Y es que, efectivamente, no hay efecto sin causa, ni causa sin efecto; pero por citar tales afirmaciones no se puede castigar a nadie. ¡Faltaría más! Estas necesitan de un medio para realizarse o para que lleguen a efecto.

Son pues los medios, los recursos, las medidas que se tomen para obtener un determinado fin (una venganza, un sacrificio, una extorsión,…) las que no tienen justificación posible, vengan de donde vengan y se hagan por el objetivo que sea, toda vez que nadie puede tomar la justicia de su mano.

Por último, reafirmar que los sentimientos pertenecen al ámbito personal e íntimo de cada uno de nosotros, no al conjunto de personas, sociedades o energúmenos que dicen sentir lo mismo que los pájaros piando. Fácil resulta vocear entre una muchedumbre, pero no se ha de consentir que, en su lugar, sean los sentimientos los que las sustituyan.

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