miércoles, 18 de mayo de 2022

DIFERENCIAS GENETICAS

Hoy, todavía, después de más de 70 años, tengo vivos los recuerdos que cuento a mi nieto de siete años, especialmente cuando voy a por él a su colegio. La escuela se regía entonces por sexos: las niñas por un sitio y los niños por otro. A la que yo iba, era solo de chicos menores de diez años. El maestro, un tal Chani (tullido él), mantenía en un habitáculo de no más de treinta metros habitación y un pequeño patio cubierto a más de 40 niños. Los más cercanos a él, los mocosos, de no más de cinco que, como los demás, apenas si podían moverse de sus sillas por cuestión de capacidad y a veces irrumpían asustados con sus llantos ante el temor de ser golpeados con la palmeta o el puntero. Los mayores mantenían un silencio estremecedor cuando así lo ordenaba el temido maestro y, en especial, cuando alguno recibía un castigo: generalmente uno, diez, veinte, treinta o más palmetazos en sus manos abiertas. Algunos los aguantaban estoicamente, pero muchos más lloraban a grito pelao. Los sábados por la tarde por una golosina competían a ser el más bueno, mientras se rezaba el rosario y se leía algún pasaje de la historia sagrada. Los críos mantenían una quietud total como si fueran estatuas vivas, sin gestos ni movimiento alguno, con los brazos cruzados o las manos unidas en oración, dejando correr las lágrimas de sus ojos vidriosos  por su rostros, hasta el extremo que en el silencio se oían los aleteos de las moscas en su vuelo, los suspiros de los chicos al respirar o el golpe de algún repentino desmayo que se producía.

Entonces, mi hermana, mayor que yo, apenas si pisaba el cole de las niñas, toda vez que la costumbre no lo exigía y mis padres, imponiendo el sentido poco común del hábito y disciplina, consideraron que no necesitaba ir, aunque ella deseara saber más. Aprendió lo más básico y otras cosas de mujeres, dado que ellas eran educadas para soportar otras cargas distintas a las de los muchachos, como la costura, las faenas de la casa y a un marido. Este sería el cabeza de familia ostentando la representación familiar y la mujer la dueña y sutil alma del hogar.

Hoy, un constipado, unos mocos, un simple malestar o dolor de barriga, lleva a las criaturas hasta su casa, recogidos del colegio con el mayor de los cuidados ya que, no hay duda, son lo más preciado. Ayer, nacían más criaturas en torno una convivencia distinta y con otras susceptibilidades que los formaban más fuertes y más débiles al mismo tiempo, a las que doy pábulo tal como a continuación expreso:

-          Roque tócame Roque.

-          Déjame en paz.

-          Anda Roque, tócamele Roque.

-          Que me dejes en paz te digo.

-          ¿Qué es lo que pasa ahí? -Intervenía nuestra madre.

-          Nada madre, que Roque me está tocando.

-          Yo no la estoy tocando.

-          Roque, deja a tu hermana en paz. –Volvía a avisarme nuestra madre.

-          Pero si es ella.

-          Ya está bien, no quiero oíros más. –La tercera vez que ella, mi madre, se alteraba.

-          Anda Roque, tócame Roque.

-          Te vas a la mierda.

 –Y yo, Roque, le daba un empujón para que mi madre, ya harta, me atizara un zapatillazo poniéndome el culo rojo como un tomate, mientras la culpable se desternillaba.

 ¡Cuántas diferencias heredadas a igualar entre hombres y mujeres!

 

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