“No es lo mismo predicar que dar
trigo”: lo reconozco. Por eso resulta muy difícil seguir a Cristo y a sus
prédicas reflejadas en los Evangelios. Supongo que ello sucede en muchas personas
también; no obstante, a veces, me complace parafrasear con alguna de sus citas,
una de las cuales viene a decir: “Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la
viga en el propio”.
A menudo, en la vida diaria y en especial
en la clase política, emparentada con el populismo, tal frase es un clamor. La altura de
miras, la personalidad de la dirección de los partidos políticos se manifiesta
principalmente cuando se está en la oposición y son incapaces de, ante medidas
espinosas del Gobierno de turno, aportar soluciones que puedan contrarrestarlas
y demostrar así, que las hay mejores. Pero no, existe una oposición demagógica,
tosca y atrevida, con críticas facilonas, y proféticas que calan en el pueblo: “España
se rompe”. “Crean la desigualdad de la gente”. “Eliminan la separación de poderes”…
Frases emotivas que nada aportan, salvo enfado y malestar, olvidando lo que, en
circunstancias parecidas, hicieron cuando ellos gobernaron. Datos estos comprobables
que se pueden verificar y saber que nuestro sistema constitucional atiende a
los resultados de los votos, ante los que no hay apelación posible. De tal modo
que el Gobierno conservará el poder mientras cuente con la mayoría de la Cámara
(los votos de su propio partido y los de las minorías en las que se apoye), y
aplique honorablemente sus compromisos adquiridos
Existe una gran mayoría de españoles
alterados considerando que la Ley de amnistía, anunciada por el Gobierno, será una
vulneración de la igualdad proclamada en la Constitución. Algo evidente y, por
tanto, de infraganti cumplimiento salvo que su aprobación dictamine un
beneficio o interés superior al que incumple. Sin embargo, la propia
Constitución contempla desigualdades tales como la competencia entre las
diversas autonomías, lo que supone diferencias
entre la gente de otras comunidades; independiente, naturalmente, a la desigualdad
genética, económica, política… que priva u obliga a todos tener iguales derechos y
beneficios. Véase, además, la condonación de impuestos (en varias ocasiones)
efectuadas a muy diversas personas pudientes, la desigualdad del rey, los indultos
a militares, políticos, corruptos y otros. (“El fin justifica los medios” o,
“cuando el fin es lícito, también son los medios” (Hermmann Busenbaum).
No nos llamemos a engaño porque
siempre surgirán nuevas pretensiones y habrá que hacerlas frente con los medios
pacíficos a nuestro alcance, pero nunca con la violencia que engendra violencia
e, incluso, si fuera menester, cambiando la Constitución o las normas que
desarrolla de atentar la democracia o la convivencia; pues, antes que nada
(antes que ser español, nacionalista, republicano, monárquico o de cualquier condición)
un ciudadano ha de ser demócrata. Si
ello se tiene claro siendo tolerante, respetuoso, pacifico, libre, admitiendo
la diversidad de ideas y las decisiones mayoritarias de la gente o sufragio universal, tendremos mucho ganado. La
democracia es el mejor sistema para entenderse en paz y todo partido político, al que se otorga la
representación, deberá perfeccionarla sin temor, pues igual que el error se
produce se enmienda: basta cambiar el voto sin necesidad de pelea para lograr
una alternancia enriquecedora en el poder, al residir, tal decisión, en la
mayoría del pueblo.
El sentido común nos dice que
ningún tiempo pasado fue mejor. No sirve pensarlo (aunque así no lo sea) ya que
este es el único tiempo que nos queda: no hay otro. Empeñarse en mantener o quitar
prebendas contradiciendo a la mayoría del pueblo, que todo lo decide, es
chocarse contra un muro e intentar por la fuerza tirarlo es un error. Lo excelente
será hablar y hablar hasta conseguir un acuerdo, toda vez que un mal pacto
siempre es preferible a un buen pleito y, por supuesto, mejor que una contienda
o guerra, en la que todos pierden.
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