sábado, 13 de enero de 2024

¿CÓMO SER? DECIDÁMOSLO

 Los humanos, en todas las partes del mundo, pensamos individualmente de distinta manera. España no es una excepción: ocurre lo mismo. Los hay creyentes del cambio climático y los hay que no. Unos suponen que lo público es lo mejor, otros que es lo privado. Quienes prefieren los trasvases de los ríos, a fin de que el agua no nos falte, a las plantas desalinizadoras de los mares. Los que confían en las centrales nucleares antes que en las demás clases de generadoras de energía. Aquellos que creen en Dios y los que son agnósticos o ateos, y así podíamos ir citando tantas posturas contrapuestas con las que podríamos pasarnos todo el tiempo.

Estimo que poco o nada es absoluto, definitivo o perfecto. Me inclino por la combinación de dos discordancias en las que, dependiendo de la proporción o finalidad, puede estar lo acertado. Siempre se ha dicho que en el término medio está la virtud por lo que convendría, en cualquier caso, llegar a un entente y no imponer, aunque el pacto a nadie satisfaga plenamente.

En España se ha dicho que los agricultores continuamente se quejan porque llueve o no llueve, de que hace calor o frío o por otras circunstancias que no favorecen sus cosechas. Es decir, nunca llueve a gusto de todos y esto de los lloros se ha ido generalizado, especialmente en la clase empresarial. No hay empresario, que se precie, que no recurra al Papá Estado para que lo ayude o subvencione alegando que su negocio no marcha bien por motivos diversos. La mayoría exigen bajadas de impuestos y rechazan cualquier subida de salarios de sus trabajadores, olvidando que ambos están en el mismo barco y, ante un posible naufragio, solo ellos son los que se salvan.

No es raro mirar por sí mismo. Es lo natural. La pandemía vino a ratificarlo. Está bien, además, que se ayude a quienes, por causas ajenas, no encuentran trabajo o su negocio no los permita vivir dignamente; sin embargo, en épocas de bonanza, los ingresos son los mismos para los primeros con escasa capacidad de eludir impuestos, mientras para los segundos son superiores con la alta posibilidad de escaquear tributos; de ahí que los porcentajes fiscales traten de equilibrarlos. No obstante, salvo mínimas excepciones, no conozco ningún trabajador por cuenta ajena que se haya hecho rico y sí, por el contrario, a emprendedores, embarcados en el mundo empresarial, que lo consiguieron. Me alegro por todos los que logran sus objetivos, pero algo me dice que no con similares esfuerzos se llega al mismo sitio, a la misma meta, lo que viene a confirmarme que los impuestos no logran armonizarnos o igualarnos, lo que me hace pensar que se ha de vigilar más profundamente la corrupción y ser motivo de castigos más amplios. 

Todos tratamos de arrimar el ascua a nuestra sardina por lo que resulta muy difícil cambiar las mentalidades, pero hay que intentarlo a base de ejercitar la ejemplaridad, principalmente por quienes ostentan ámbitos de poder. Ha llegado el momento que los gobiernos moderen sus fuegos fuegos propiciando, a nivel nacional, debates culturales sobre temas de la vida diaria de la gente, exponiendo, argumentando, razonando y convenciendo el porqué hacer una cosa u otra para lograr acuerdos y, sobre todo, exigiendo y dando ejemplo, que es lo principal. Ejemplos personales de conducta con sus actos y palabras y, como institución gubernamental, suprimiendo organismos públicos con funciones duplicadas y carentes de contenido que son costosos y no convencen a nadie. En cuanto a los debates, no tiene porque conducir a conflictos aunque puedan derivarse hacía ellos, dado que la cultura, a veces, pueda proporcionar justificaciones para la violencia, si bien, toda tendencia hacia la moderación e igualdad como paradigma calmará, acallará y convencerás las desavenencias.
Ante anteriores cuestiones, a veces, me hago la pregunta siguiente:¿Qué es lo primero que los humanos deberíamos ser?  La repuesta es o puede ser muy amplia y variada: Demócratas, nacionalistas... Pobres, ricos... Africanos, asiáticos ... Conservadores, progresista... Mujeres, hombres... Blancos, negros... Racistas, anti-racistas... Homosexuales, heterosexuales... Buenos, malos... Iguales, distintos... Creyentes, incrédulos...

Lo tengo claro y simplifico: Mi deseo sería ser una buena persona demócrata, hoy europea, por encima de todo lo demás. La democracia, frágil y poderosa al mismo tiempo, nos acepta a todos, acoge toda idea, permite la discrepancia, nos iguala al votar y lo único que no tolera es la imposición y la falta de respeto.¿No convendría tenerlo en consideración? Propicíese el debate. 

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