¡Ya está bien de aforamientos! ¡Ya está bien de que todos los españoles no seamos iguales ante la Ley! ¡Ya va siendo hora de ir acabando con tantas injusticias!
Avancemos en la equidad de oportunidades para todos. Examinemos la pobreza y la riqueza. El mal y el bien. El egoísmo y la generosidad… Las dualidades que, en diferentes escalas, determinan las conductas de la gente, sus diferencias, pugnas y enfrentamientos.
El dinero es el que marca las discrepancias entre los hombres, fiel reflejo de sus relaciones, de las capacidades de autonomía, de los conocimientos y satisfacciones; el que transforma las maneras de pensar y actuar, convirtiendo las posibilidades, las fuerzas, los deseos, las realidades en luchas y otras cosas. Todo es muy genérico, pero… escuchemos las voces de la historia que, por no leerla, la tenemos olvidada.
“Es una falacia habitual que se nos diga que el capitalismo tiene que ver con la libertad, la eficiencia y la democracia, mientras que el socialismo gira en torno a la justicia, la igualdad y el estatismo. En realidad, desde el principio, la razón de ser de la izquierda fue la emancipación”. “El capitalismo es perverso porque es ineficiente. Es injusto porque es iliberal. Es caótico porque es irracional”.
La libertad no significa ser libre para perderla con infinidad de maneras. La libertad necesita de responsabilidad y respeto, de ponerse en lugar del otro y de algo que no la subordine ni la condicione como lo hacen la pobreza y la ignorancia.
Llamar nuestra atención se comercializa. Lo hace la radio y la televisión, la prensa y los medios digitales, los políticos e influyentes para, provechándose de las emociones de la gente, chuparles la sangre como vampiros, incluso en la hora de su muerte. El capitalismo mercantiliza todo, absolutamente todo en su propio beneficio. Compra con su poder y dinero (una mercancía esta vil, apenas ya un medio de cambio) no solo la fuerza del trabajo de quienes le sirven si no, además, el valor añadido de su estima y entrega, aunque en ciertos casos, éstas, puedan ser contrarias a los intereses del capital que paga sus servicios.
Capital y trabajo han de caminar en armonía y con digna equidad. Lo contrario es un desbarajuste, una injusticia, una atrocidad. Los modelos por seguir han de ser aquellos en los que las partes, componentes vitales de las empresas, participen en sus decisiones, en sus riegos y responsabilidades, en sus beneficios de igual manera que participarían en caso de quiebra, perdiendo el capital sus accionistas y el trabajo sus trabajadores.
No es cuestión de que todos seamos iguales, pues ello, por naturaleza y otras muchas cosas más, es imposible, pero sí valerse de las mismas oportunidades que pasa por la anulación de privilegios injustificados, por la democracia, por las ayudas a quienes sufren infortunios y por debatir hasta alcanzar acuerdos en pro del bien general.