Afortunadamente, los jóvenes de hoy no han conocido la dictadura de Franco: me alegro de ello. Sin embargo, eso no les ha de servir para malgastar su libertad actual y no interesarse por quién, en un futuro, les puede gobernar.
A los veintiocho años de mi vida
murió el dictador. Un “Caudillo” que dirigía todo, absolutamente todo. España
era suya y con ella mi destino y el de todos los españoles. Años más tarde y de
manera civilizada, la férrea, cruel y sanguinaria dictadura dejaría de existir
para que sus habitantes no sintiéramos el orgullo patrio y vergonzoso de haber
nacido en un imperio en cuyos territorios, como nos dijeron, “no se ponía el
sol”. Mi infancia y juventud, no obstante, fueron dos etapas maravillosas de mi
vida, testigos ciegos, mudos y sordos de acontecimientos de una España en luto
y callada, triste y ennegrecida, pobre y beata, apartada del resto de las
naciones.
Desde el Golpe de Estado de 1936,
provocador de una Guerra Civil (la peor de las guerras en la que, de una misma
familia, existían combatientes en ambos bandos), jamás nadie se atrevió a
contradecir a su triunfador (salvo su mujer, su hija o su nieta, supongo)
gobernando con mano de hierro, condenando a muerte a todo bicho viviente,
incluso hasta días antes de su muerte en 1975, ya que temía por su vida y no se
fiaba de nadie; síntoma inequívoco que su conciencia no la tenía tranquila por
mucho que los mandamases de la iglesia católica le pasaran bajo palio en sus
templos y bocas agradecidas le adularan a más no poder.
Fui educado por una familia
prudente, respetuosa y católica, en un pueblo que, como en toda España, de lo
único que se podía hablar era de fútbol, toros y cotilleos. Luego, cuando
llegué a la capital, comencé a sentir inquietudes de las que antes, por la
edad, carecía. Madrid me abrió los ojos para saber que todo estaba controlado
por un “Orden público” dirigido con el dedo menique de su excelencia el jefe
del Estado al que debíamos nuestras vidas. No se sorprendan si les digo que, en
mi bachiller, en la que fue la Casa del Pueblo y pasó a ser el Frente de
Juventudes, hacíamos gimnasia y al entrar debíamos unir nuestros tacones y con
brazo en alto hitleriano saludar a José Antonio Primo de Rivera, a Cristo en el
centro y a su excelencia el Generalísimo Franco e invocar a Dios nuestro Señor
para que, a este último, el liberador de España, le conservara su vida durante
muchos años.
La libertad de la que gozábamos
entonces, como no podía ser de otra manera, era absolutamente nula. La
censura, prohibiciones y límites a los que estábamos sometidos hoy serían
inconcebibles. Bastaba una esquiva mirada, una palabra mal entendida dirigida a
un “servidor público”, con uniforme o sin él, para que te metieran en
“chirona”, algo que hacían con aquellos que alguna vez, por “causas políticas”
habían sido detenidos. A estos, el día antes de alguna manifestación, sobre la
media noche, se presentaban en su casa para encerrarlos en la Dirección General
de Seguridad, sita en la Puerta del Sol, y evitar que fueran a la convocatoria
anunciada. Todo lo tenían previsto, salvo la muerte y, menos mal, porque si no
el Generalísimo no hubiera muerto. Entonces, poco a poco, las desdichas fueron
disipándose: se acabó la prensa del Movimiento, el No-Do, los sermones
sectarios, para que la mayoría de los españoles pudieran respirar y otros
volver de su exilio, confiados en que el régimen asesino no continuara. Unos terceros,
sin embargo, se llevarían un botín suculento, conseguido con la sangrienta
guerra y los cuarenta años posteriores. Pese a todo, hubo una soterrada
resignación y cierto miedo para establecer una amnistía general que a nadie
convenció, pero que todos aceptamos. Una mal llamada Transición no olvidada,
porque todavía duran rescoldos de los callados, cuyos familiares continúan
buscando sus restos en cunetas sepultados.
Es bueno perdonar, aunque el
olvido no se borre o una cicatriz nos marque de por vida. Deseo que no vuelvan
más “salvadores de patrias” y mis temores no se cumplan. ¡Ay de mis temores! Me
conformo con que los jóvenes sepan que lo relatado puede suceder, pues hay
partidos políticos que mienten y dicen ser democráticos cuando no lo son. Esto es muy serio. Que nadie se equivoque
tomándoselo a risa. Antes de confiar en algún líder o entregar su voto a un
partido político, piense, razone, moléstese en averiguar la historia que tienen
y…, no nos pasemos de listos.
La ignorancia, el no querer saber
nada, el desentenderse de algo tan importante como la política, que marca el
futuro de la gente de por vida, es jugarse el devenir dejándolo al albur de la
suerte o de algún aprovechado que así espera que actuemos. Te lo está diciendo
alguien que no ha tenido percance grave alguno al respecto, si bien, al
haberlos conocido, no se los desea ni al peor de sus enemigos.
En otra ocasión, tal vez tenga
otros folios que rellenar con anécdotas curiosas de aquella horrible dictadura,
engrandecida y alabada por bocas agradecidas; por personas físicas y jurídicas
a las que les dio mucho dinero a ganar y que hoy son, en democracia, grandes
personalidades o instituciones quitando yerro e importancia a lo sucedido,
justificando a un régimen despótico y criminal que, casi durante medio siglo,
fue una aberración, impuesto sin ningún tipo de escrúpulos.
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