domingo, 19 de octubre de 2025

LA DICTADURA QUE LOS JÓVENES NO CONOCEN

 Afortunadamente, los jóvenes de hoy no han conocido la dictadura de Franco: me alegro de ello. Sin embargo, eso no les ha de servir para malgastar su libertad actual y no interesarse por quién, en un futuro, les puede gobernar.

A los veintiocho años de mi vida murió el dictador. Un “Caudillo” que dirigía todo, absolutamente todo. España era suya y con ella mi destino y el de todos los españoles. Años más tarde y de manera civilizada, la férrea, cruel y sanguinaria dictadura dejaría de existir para que sus habitantes no sintiéramos el orgullo patrio y vergonzoso de haber nacido en un imperio en cuyos territorios, como nos dijeron, “no se ponía el sol”. Mi infancia y juventud, no obstante, fueron dos etapas maravillosas de mi vida, testigos ciegos, mudos y sordos de acontecimientos de una España en luto y callada, triste y ennegrecida, pobre y beata, apartada del resto de las naciones.

Desde el Golpe de Estado de 1936, provocador de una Guerra Civil (la peor de las guerras en la que, de una misma familia, existían combatientes en ambos bandos), jamás nadie se atrevió a contradecir a su triunfador (salvo su mujer, su hija o su nieta, supongo) gobernando con mano de hierro, condenando a muerte a todo bicho viviente, incluso hasta días antes de su muerte en 1975, ya que temía por su vida y no se fiaba de nadie; síntoma inequívoco que su conciencia no la tenía tranquila por mucho que los mandamases de la iglesia católica le pasaran bajo palio en sus templos y bocas agradecidas le adularan a más no poder.

Fui educado por una familia prudente, respetuosa y católica, en un pueblo que, como en toda España, de lo único que se podía hablar era de fútbol, toros y cotilleos. Luego, cuando llegué a la capital, comencé a sentir inquietudes de las que antes, por la edad, carecía. Madrid me abrió los ojos para saber que todo estaba controlado por un “Orden público” dirigido con el dedo menique de su excelencia el jefe del Estado al que debíamos nuestras vidas. No se sorprendan si les digo que, en mi bachiller, en la que fue la Casa del Pueblo y pasó a ser el Frente de Juventudes, hacíamos gimnasia y al entrar debíamos unir nuestros tacones y con brazo en alto hitleriano saludar a José Antonio Primo de Rivera, a Cristo en el centro y a su excelencia el Generalísimo Franco e invocar a Dios nuestro Señor para que, a este último, el liberador de España, le conservara su vida durante muchos años.

La libertad de la que gozábamos entonces, como no podía ser de otra manera, era absolutamente nula. La censura, prohibiciones y límites a los que estábamos sometidos hoy serían inconcebibles. Bastaba una esquiva mirada, una palabra mal entendida dirigida a un “servidor público”, con uniforme o sin él, para que te metieran en “chirona”, algo que hacían con aquellos que alguna vez, por “causas políticas” habían sido detenidos. A estos, el día antes de alguna manifestación, sobre la media noche, se presentaban en su casa para encerrarlos en la Dirección General de Seguridad, sita en la Puerta del Sol, y evitar que fueran a la convocatoria anunciada. Todo lo tenían previsto, salvo la muerte y, menos mal, porque si no el Generalísimo no hubiera muerto. Entonces, poco a poco, las desdichas fueron disipándose: se acabó la prensa del Movimiento, el No-Do, los sermones sectarios, para que la mayoría de los españoles pudieran respirar y otros volver de su exilio, confiados en que el régimen asesino no continuara. Unos terceros, sin embargo, se llevarían un botín suculento, conseguido con la sangrienta guerra y los cuarenta años posteriores. Pese a todo, hubo una soterrada resignación y cierto miedo para establecer una amnistía general que a nadie convenció, pero que todos aceptamos. Una mal llamada Transición no olvidada, porque todavía duran rescoldos de los callados, cuyos familiares continúan buscando sus restos en cunetas sepultados.

Es bueno perdonar, aunque el olvido no se borre o una cicatriz nos marque de por vida. Deseo que no vuelvan más “salvadores de patrias” y mis temores no se cumplan. ¡Ay de mis temores! Me conformo con que los jóvenes sepan que lo relatado puede suceder, pues hay partidos políticos que mienten y dicen ser democráticos cuando no lo son.  Esto es muy serio. Que nadie se equivoque tomándoselo a risa. Antes de confiar en algún líder o entregar su voto a un partido político, piense, razone, moléstese en averiguar la historia que tienen y…, no nos pasemos de listos.

La ignorancia, el no querer saber nada, el desentenderse de algo tan importante como la política, que marca el futuro de la gente de por vida, es jugarse el devenir dejándolo al albur de la suerte o de algún aprovechado que así espera que actuemos. Te lo está diciendo alguien que no ha tenido percance grave alguno al respecto, si bien, al haberlos conocido, no se los desea ni al peor de sus enemigos.

En otra ocasión, tal vez tenga otros folios que rellenar con anécdotas curiosas de aquella horrible dictadura, engrandecida y alabada por bocas agradecidas; por personas físicas y jurídicas a las que les dio mucho dinero a ganar y que hoy son, en democracia, grandes personalidades o instituciones quitando yerro e importancia a lo sucedido, justificando a un régimen despótico y criminal que, casi durante medio siglo, fue una aberración, impuesto sin ningún tipo de escrúpulos.

 

 

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