Como vengo manifestando en el
presente blog, al sistema capitalista salvaje de sálvese quien pueda, es decir, al sistema económico actual, le ha
llegado el momento de cambio y, salvo una guerra, una revolución o una fuerza
mayor que radicalmente lo modificaría, ha de plantearse una, llamémosle, CONVULSIÓN
CULTURAL
El Sistema capitalista ya ha dado
muestras de estar pasado; la goma o elástica sujetándonos los
vestidos ocultando nuestra ropa interior, se han dado de sí. En su día, evitó que
cayeran hasta los tobillos, pero ya no sirve, y nos estamos quedando en paños
menores, a punto de quedar desnudos. Unos pocos, que son sus dueños, nos permitirán no permanecer en cueros a cambio
de pedir lo que quieran. Hay muchas soluciones para eludir sus exigencias. Ninguna,
sin embargo, como lo propuesto en el PROYECTO DE CIUDADES OCUPACIONALES –PCO, a
fin de regular el sistema capitalista
DENTRO DEL MISMO SISTEMA; llamémoslo, LA CONVULSIÓN CULTURAL.
No es nueva la idea de cambio.
Muchos han sido los intentos anteriores que han fracasado. Unos por temer una
justicia divina inexistente; otros, al carecer de ella, arrogándosela o,
simplemente, olvidado el sentido de equidad que la muerte o el nacimiento nos
proporcionan. En todos los casos, se originaron por situaciones extremas de
hambre (de pan y cultura) u opresión (con promesas falsas: divinas o humanas),
no idóneas para que un nuevo sistema germinara, más aún sin contemplarse la ductilidad.
Conviene recordar que el pueblo llano siempre pierde, salvo que la fuerza de la
costumbre (una intentona pacifica) realice innovaciones como se expresa en el
PCO, producto de la razón, del entendimiento, de la igualdad de
oportunidades.
Mientras en una parte de la
población la miseria (hambre y
opresión) maniobra a su antojo y en otra, al contrario, se vanagloria de ser miserable (dilapidando riqueza y poder),
ambas, como si de antípodas se tratara, rebuznan odios, ruinas e incomprensiones.
Nunca se podrán de acuerdo. Sería necesario partir de una igualdad imposible o reconocer que la muerte o el nacimiento nos
igualan. Nos apuntamos, naturalmente, a esto último.
La idea es clara: Evitar el chantaje, la guerra, la revolución, el
desastre, el tomarse la justicia por su mano, el declive de la razón, la desobediencia civil, la anarquía u otros
despropósitos con los que todos perderíamos. ¿Qué hacer, no obstante, si
nuestros hijos pasan penalidades al carecer de posibilidades con qué ganarse la
vida o conseguir un jornal?
Siempre será el momento adecuado
para aunar esfuerzos, acordar políticas, sentarse a dialogar. Hemos de olvidar
que la sensación de injusticia social en nada se corresponde con la legislación
actual. Lo justo no es necesariamente lo que la Ley establece y, al revés, las
leyes propician injusticias. Se hace necesario por tanto, a una remodelación
moral de valores y es imprescindible entenderse. Y es que tensar en exceso la
correa que nos mantiene sujetos los vestidos no es conveniente, nos puede dejar
sin aliento. Tampoco lo es su aflojamiento que eluda nuestro abrigo y cuya
flacidez es desaconsejable. Propiciemos una administración superior, por encima
de ambas poblaciones que las equilibren, regulando los excesos de las
direcciones opuestas que nos permitan entendernos. Entonces, surgirán nuevos
sistemas o, mejor dicho, un Sistema flexible, sin dobleces, que eviten las
crisis, fulminando la miseria y a los miserables, los dominios y las
opresiones. Un Sistema económico, político y social respetando la dignidad
humana, la democracia, el orden, la libertad...
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