sábado, 13 de diciembre de 2014

REFLEXIONES SOBRE EL P.C.O.

“Uno es como uno cree que es, como el otro lo ve o como realmente es”. Es una frase achacada a Don Miguel de Unamuno, que viene a ser, como comenta Eduardo Punset: “Una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro entiende que ha dicho y otra realmente lo que quería decir”. Si bien, leyendo a éste último, comenta que la escritora británica Nina Eptón, en 1961, vino a decir de los españoles:
“El español medio es demasiado orgulloso, demasiado egocéntrico y demasiado intolerante como para poder fundir su personalidad con la de otro ser humano. Un sentido exagerado del honor es un rasgo narcisista característico de los españoles, que son individualistas y amantes del monólogo. No comprenden o admiten el dialogo, y esto complica extraordinariamente la convivencia”.
En la segunda etapa de la dictadura de Franco, después de dos años de austeridad, (del 57 al 59) la mayoría de la gente vivía en paz y progresaba económicamente. Esas personas nada (o bien poco) querían saber de sus causas, ni a qué se debía; menos aún, de las políticas,  en tanto en cuanto, a ellos no les afectara la tiranía impuesta por el régimen. Aceptaban claudicantes el triunfo de un golpista, sin cuestionarse la derrota bélica pasada. Transitaban, como mulas moviendo una noria, con los ojos vendados, esquivando sus miradas, taponados sus sentidos, mientras las balas pasaran lejos de su lado. Entre la juventud surgieron, sin embargo, nuevos reflejos para explorar caminos desconocidos y se sublevaron en la clandestinidad buscando libertades.
La muerte del dictador dio lugar a un cambio político y a una transición con escasa épica, zanjada en falso por el miedo mayoritario de la población, que prefirió tener una sangre espesa a otra caliente y fluida que de nuevo se derramara. La participación democrática olvidada por los mayores y negada a los jóvenes en la dictadura, se abría así como una rosa tardía, colmada de una aroma llamada  esperanza. No obstante, el poder oligárquico se mantuvo intacto, sin que su patrimonio se perturbara, con las mismas creencias inmunes a la democracia.
La transición del régimen dictatorial a la libertad pasó por la crítica callada de entonces, interesada por la estabilidad; hoy se ensalza la comprensión de aquella responsable generosidad, puestas en peligro por un terrorismo despiadado y unas armas necias de parte de un ejercito fatuo.
La sociedad se manifiesta siempre ante el poder y el conflicto, colisionados entre ideologías, valores e intereses abyectos; algunas de mis preocupaciones y alegrías dan sentido a las cuestiones que el nuevo Sistema ha de resolver. De ahí, cuanto antecede y el comienzo de mis reflexiones con las citas al principio apuntadas.
Evidentemente, la narración de la historia refleja los hechos acaecidos, vistos, (eso sí) desde la subjetividad de mis ojos, (no ajenos, ni imparciales) y con el bagaje mínimo de la inexperiencia de mi juventud. Desde tan bajas atalayas, no obstante, invoco al debate, a la sugerencia, a la aportación, reflexionando sobre los asuntos del Proyecto de Ciudades Ocupacionales que han ocupado la mayor parte del presente blog.
¿Por qué no rebautizarlo con el nombre de Felicidad para los hombres (FPH) en lugar del Proyecto de Ciudades Ocupacionales (PCO)?
¿Por qué no ensalzar más aún la importancia de las personas que se dedican a la política, especialmente sus dirigentes, dando cumplida cuenta de sus predicamentos?
¿Por qué no ser fieles seguidores de las diferentes teorías expuestas (la de Ciudades ocupacionales, la de los Números primos, la del Cuadrángulo, etcétera)?
¿Por qué no responsabilizar al Gobierno, ante la Justicia, de las carencias sociales (miseria: hambre, incultura, avaricia, desigualdad de oportunidades y libertad) como faltas o desmanes que se hayan de reparar?

¿Por qué no? ¿Qué pasaría? ¿Acaso la democracia puede justificar al Sistema que nos arrastra hacia la diferencia social, la pobreza y la injusticia?

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