viernes, 4 de agosto de 2023

ACABEMOS CON EL MAL I

 

No existe voz universal alguna con la que poder definir, nombrar o calificar a Dios. Dios ni existe, ni vive, ni está en todas partes como nos ha sido trasmitido a través de generaciones por los que se hacen llamar sus representantes en la Tierra (popes, curas, profetas, imanes, brahmanes, rabinos,  mensajeros, gurús,…). Dios, a mi juicio, es Todo, pero únicamente lo podemos hallar en el profundo abismo de nuestras almas, allá donde se encuentran el perdón y el castigo, el arrepentimiento y la caridad, el dolor y el placer, el miedo y el amor, el infierno y la gloria.

¿Acaso necesitamos que alguien nos tenga que decir cuándo y cómo adorar a Dios, contribuir con bienes y limosnas, pedir clemencia para complacer sus deseos, sacrificarnos e infligirnos castigos por los “pecados” cometidos? Nada de eso precisamos y, menos aún, que se nos diga por quienes de ello se aprovechan. Es la voz de nuestra conciencia la encargada de hacérnoslo saber.

¿Cuántas son las religiones, sectas, credos, organizaciones, doctrinas… que viven a costa de Dios? ¿Cuáles son creíbles, verdaderas y merecedoras de autenticidad que no se llevan ningún beneficio?

Nadie podemos estar en posesión de la verdad. Esta es tan amplia, tan relativa y sugestiva, que existen compendios filosóficos a propósito de ello. Cada uno de nosotros gozamos o penamos con nuestra verdad. A ella, nos acercaremos sin ánimo de lucro alguno con el pensamiento y el simple ropaje de nuestra libre conciencia, encaminada, sin duda, a representar el fiel de la balanza que nos equilibre alma y cuerpo. Buscaremos encontrar el remedio a nuestros pesares  llevando a cabo propósitos que nos harán: primero, aceptar y resistir hasta calmar los gritos y sueños que nos inquietan; después, cumplir la decisión tomada para irnos apaciguándonos; por último, dejar que el tiempo borre los pensamientos que nos atormentaron y vuelvan a la monotonía de la vida diaria. ¡Cuántas veces sufrimos por cosas que jamás sucederán!

Así que podremos prescindir de todo mal con el que fuimos y seguimos siendo instruidos. Cada uno de nosotros guarda dentro de sí una “religión”, una creencia, una fe. Nadie, más que uno mismo, sabe de ellas y las sacará a la luz con sus actos y consideraciones para complacer a su conciencia. No será fácil; al contrario, costará la intemerata desinhibirse de lo aprehendido desde edad muy temprana, sin embargo, la satisfacción personal será inmensa cuando sin placebo alguno todo lo resuelvas.

Ya va siendo hora que el Estado español deje de pagar con el dinero de todos a las Iglesias (multinacionales económicas, posiblemente de las más importante del mundo). Un dinero que  abandona las arcas estales como el viento arrebata el perfume de las flores. No hay razón, al día de hoy, para que un país democrático y aconfesional  engrandezca creencias religiosas que apenas, que yo sepa, trata de paliar la pobreza del mundo. Esto puede hacerse a través de entes gubernamentales sometidos a auditorias, empleando tales recursos en países donde sus gentes (bastante más necesitadas que las iglesias) han de emigrar para poder vivir  y no para quienes viven del cuento. Que cada cual contribuya, individualmente, a las comunidades religiosas, a las ONGs, a las entidades que estime conveniente. Considero que, actualmente, pagando no sé qué clases de tributos a las distintos credos, es una maldad hija del deseo que origina avaricia e interés y cuya indiferencia denota ignorancia y falta de responsabilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario