martes, 22 de agosto de 2023

ACABEMOS CON EL MAL III

 

Por nuestra historia podemos saber que siempre se ha rechazado, perseguido, acosado… a los que no tenían oficio ni beneficio, esclavos, libertos, moriscos, gitanos, quincalleros, mendigos, vagabundos, judíos, titiriteros, apestados, enfermos, pendencieros, locos, vagos y maleantes… denominándolo, en algunos casos, proyecto de exterminio biológico, conflicto étnico o racial y cualquier otro nombre de naturaleza xenófoba. Lo cierto es que, por razones múltiples, el trato oficial y oficioso entre los seres humanos es muy desigual.  Auténticos prejuicios acogidos por cualquier consideración o sin motivos racionales, despiertan en mucha gente distanciamientos absurdos que les impide dialogar y no entenderse, cuando, sencillamente, es desconocimiento e indiferencia o se sienten superiores.

Existen valores que todos entendemos aunque sean de corta o larga distinción (pobres y ricos, empresarios y trabajadores, liberales y conservadores, burgueses y proletarios, monárquicos y republicanos, ilustres y vulgares, buenos y malos,…) en las que todos estamos inmersos con la posibilidad de cambiar a una u otra clase, según nos depare el futuro. Sin embargo, ignorantes e indolentes, los hay que no consideran que la vida sea de todos, ni quieren saber razón o causa por la que eso ocurre, ni los sucesos o las diferentes situaciones que, por inverosímiles que sean o parezcan, se pueden presentar.

Un tío mío se limitaba a decir que solo había dos clases de personas: gandules y trabajadores. Yo no le di mucho crédito porque supe que un hermano suyo murió de tanto trabajar y poco comer. Y es que depende del momento, época y lugar, de la historia, según la experiencia de quien la cuente, ya que otro tiempo por mejor o peor que fuera solo es relativo, toda vez que no hay más tiempo que el que se vive y al que hay que “adaptarse o morir”.

No a todas las personas el poder económico los guía. Hay personas (estos si son de bien) que “nacen o se hacen” por y para ayudar a los demás.  Nosotros, los de a pié, que deseamos no salir en la foto para no ser motivo de crítica, formamos parte de la gran mayoría de gente buena, lo que no es óbice para que existan personas de mala ralea (algo que jamás imaginé) por mucho que tengan la sangre similar a la nuestra. Hay también gente excelente que defendiendo sus ideas (posiblemente no compartidas), pero tan validas como las de los demás, realizan con buen humor y ánimo su trabajo. “Hay los que son ratas, piratas y los que estiran la pata”. O lo que hemos oído de las siete clases de gallegos: “finos, entrefinos, marranos y cochinos; los hay que ladran, los hay que muerden, los hay que ni su madre los entiende”. Lo cierto es que no hay dos personas iguales aunque todos tengamos el mismo origen y la historia nos sirva para referenciarla, cada uno de nosotros, donde queramos  o nos interese.

No obstante, estoy seguro que todo se supera si así uno lo cree: el tiempo lo confirmará. Es cuestión de fe y algo más como el empeño, el esfuerzo o el sacrificio,  dado que, aun no estando de acuerdo, hay quien dice que “en la obscuridad todos somos iguales: carne y traición”.

Y finalizaré con algo sumamente significativo que todos conocemos; algo que, hasta que no se aproxima, no queremos darnos cuenta, pero a todos nos llega: la muerte. Una señora que nos iguala por mucho que nos opongamos y en cuya compañía, ni discutiremos ni sufriremos por ser de una u otra ideología, tener o no tener poder o riquezas, aunque, eso sí, serviremos para nutrir la tierra y nuevas vidas que recordarán con nostalgia o regocijo, sin que ello sirva para nada por mucho que los ponga y entusiasme.

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