domingo, 28 de diciembre de 2025

OJITO CON LO PRIVADO

 

Jamás podré olvidar la muerte de dos seres queridos que, durante bastante tiempo, fueron mis vecinos en Madrid.

Cuando se casaron se dieron de alta en una iguala médica hasta que se estableció la Seguridad Social y pasaron a beneficiarse del nuevo sistema. La cuota del médico la emplearon para contratar un seguro de salud y otro de decesos, en las que fueron ¡incorporando a sus hijos al nacer! La compañía les fue subiendo la prima justificándola con más coberturas que servirían para cobrar una jubilación.

Apenas si hicieron uso de ningún sistema de salud, eran jóvenes, gozaban de buena salud y, ante cualquier malestar, acudían a la Seguridad Social, pues les atendían perfectamente, en especial el pediatra y su médico de cabecera.

Un accidente causó a él la muerte y la compañía aseguradora se hizo cargo de los gastos de su sepelio. Fue un trabajador modelo que dejó una viuda y cuatro hijos menores, dos de los cuales, cumplidos los catorce años, abandonaron la escuela para trabajar y con sus sueldos apoyar la economía familiar; sin embargo, años después, la parca, que no descansa, a punto estuvo de llevarse a la viuda por una operación de estómago. En este caso, ella recurrió a los servicios médicos de su sociedad médica, en cuya clínica efectuaron la intervención que, según comunicó la dirección del centro, salió excelentemente. El doctor que la intervino era un prestigioso medico de un hospital importante de la seguridad social en Madrid y la enfermera una experta de ese mismo hospital.

Pese a que todo había salido muy bien, pasaron los días y el alta médica no se producía. Un familiar, que desde el día de la operación no había vuelto a ver a la paciente, comentó, al verla de nuevo, lo mal que la encontraba y, preocupada la familia, alertó a la dirección de la clínica y ésta a doctores y asistentes que anduvieron de carreras, resultando que ¡la paciente estaba muriendo de inanición!

La recién operada debía de consumir de seis a ocho frascos de suero durante la noche; sin embargo, tomaba uno a un ritmo lento para que la enfermera no tuviera que levantarse a cada momento a cambiárselo, dado que debía dormir para estar fresca al día siguiente en el famoso hospital de la S.S. El médico tuvo que abrir de nuevo y extraer una gasa que, por añadidura, quedó en el interior de la intervenida.

Al año siguiente, una vez repuesta la paciente, la compañía subió el precio de su póliza, a una cifra inasumible para la titular que se vio obligada a cancelarla y dejar únicamente la cobertura por defunción. En resumen, ningún miembro de la familia asegurada (padre, madre e hijos) cobró jubilación; eso sí, a la muerte de ella, entierro, funeral y demás servicios fueron óptimamente atendidos, pues había muchos asistentes que se interesaban por tan magníficos fastos de la aseguradora. Hoy, una vez jubilado, ninguna sociedad nos asegura dado que la parca nos ronda y su negocio es el de ganar dinero, no el de sanar o el de cuidar enfermos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario