sábado, 29 de agosto de 2015

EL POPULISMO

Existen provocadores que, tratando de ofender o meter miedo, llaman populistas a personas que abogan por determinadas doctrinas o movimientos políticos contrarios a los suyos, y me digo: “bueno, ¿y qué?” Populismo es todo aquello que defiende los intereses del pueblo para, como todos, ganarse su favor. Un artista, una tradición, una idea, un acontecimiento que se anhela….tiende a ser popular y, a veces, lo consigue. De ello, tenemos miles de ejemplos.
Se da la circunstancia que, desgraciadamente, no existe partido político alguno que no retome en sus discursos un aire populista buscando el plácet de la gente, endulzando los oídos a sus seguidores y escuchantes clamando lo que quieren oír e, incluso, mintiéndoles de manera descarada, aun a sabiendas de que no es cierto lo que manifiestan.
Los que al aire lazan epítetos de los populistas, la mayor parte de las veces, auguran horrores, desgracias, fracasos, engaños y demás catástrofes. Son acaso,  ¿poseedores de la verdad absoluta?; ¿representan a alguna la deidad omnímoda?; ¿tienen una varita mágica con la que adivinar el futuro?; ¿portan el don especial de saberlo todo?... por lo que me pregunto:¿cómo lo habrán conseguido?
El cómo, la verdad, no importa; lo verdaderamente importante es el porqué.
¿Por qué lo hacen? ¿Por qué impregnan de espanto sus palabras? La respuesta es bien simple: su propio interés, en su interés propio. En lo que ellos ven el populismo, presienten a un tiempo perder parte de sus privilegios y ganancias, por mucho que se hagan llamar populares. Y sus temores lo sacan a relucir atacando; augurando males ingobernables si ellos no son los que gobiernan; tratando de transmitir a los votantes parte de sus miedos que, como toda cosa intangible, se materializa de veladas formas, entre ellas, las de por si acaso: por si acaso es cierto, por si acaso tienen razón, por si acaso existe, por si acaso… Un por si acaso que no nos permite formar nuestro personal criterio. Craso error del que muchos se aprovechan en su particular beneficio.

Humanamente siempre defendemos al débil, cuestionamos al poder, nos emocionamos ante la tristeza o la alegría de los demás. Nos resulta menos trabajoso dar realismo a los Reyes Magos o a la cigüeña que trae los bebés de París, que revelar a los peques la verdad; más cómodo es pensar que la Virgen es virgen o la reencarnación es un hecho, que debatirlo; más fácil es favorecer las palabras repetidas o hacer siempre lo mismo (lo que hace Vicente), por muy disparatado que sea, que cambiar infinidad de cosas que son necesarias. Nos duele mucho dar un paso y variar. Hasta hace bien poco, a nuestros niños les extirpaban las amígdalas o las maletas se desplazaban sin ruedas, ¿recuerdan? Ya va siendo hora de acometer nuevas acciones y aminorar las diferencias sociales, el desempleo, las crisis, la impunidad… ¡Qué robar resulta barato! ¡Qué nada cuesta disparar con pólvora ajena! ¡Qué se tipifiquen responsabilidades crematísticas! ¡Qué la justicia y la política se separen!  ¿Decir esto es populismo? ¡Habrá que hacer cosas distintas! Y para eso será menester tener menos miedo. El inmovilismo a nada nuevo nos lleva. ¿Por qué no recapacitamos en ello? De nada sirve resultados que nos equivocan: un crecimiento económico que supone el bienestar para unos pocos; un aumento medio de la renta, etcétera. No quedamos con lo simple que no nos hace pensar. No deberíamos dar pábulo a fantasmas, cuando lo razonable sería contrastar lo que a diario vierten los medios de comunicación, las redes sociales, los políticos, los predicadores profesionales… ¡Cuánto aprenderíamos! Nada, que yo sepa, es palabra de Dios.

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