martes, 18 de julio de 2023

EL PAN DE CADA DÍA IX

Aun no siendo santo de mi devoción, he de reconocer que el Presidente del Gobierno, Sánchez, acumuló en su persona prestigio internacional, sin aceptar derrotas. Negoció con el independentismo y con quién podía beneficiar la convivencia en España. Su Gobierno se ocupó de leyes problemáticas y aún le quedan por resolver numerosos asuntos para los que siempre se necesitará de un hombre abierto y dialogante. Ya pocos se acuerdan del enfrentamiento entre catalanes y el resto de España. Ni de las viles sutilezas para desprestigiar, por cualquier motivo, sus políticas como si él fuera el culpable de las desgracias sucedidas, las catástrofes naturales, el Covid19, la guerra en Europa…, “y todo por seguir gobernando” como si el resto de los aspirantes no quisieran el poder para gobernar. Éstos, por ello, sacaron a relucir su verdad, que no es sino una más de las infinitas versiones de los hechos, llamándola Sanchismo, (“la mayor lacra que sufre España sin que nadie sepa lo qué es”)  resucitando lo peor que hemos tenido: etarras, nacionalistas, como si Franco no hubiera existido, y el famoso artículo 155 que aplicaron contra Cataluña. El Gobierno de Sánchez, sin embargo, vino a otorgar indultos a independentistas catalanes, algo que los conservadores jamás habrían hecho por mucho que Cristo predicara que es el perdón y no la venganza la que nos ensalza. También se desentendió del problema enquistado en el Sahara desde la época del dictador, cuando todos sabemos que no hay hombre de bien que lamente que las cosas se arreglen pacíficamente. Y además promulgó la reforma laboral, restableció el Pacto de Toledo para las pensiones, impuso tasas a las grandes fortunas, bancos y energéticas, los fondos Next Generation, el salario mínimo interprovincial y un largo etcétera, pero, eso sí, lo más importante para los conservadores era desterrar el Sanchismo de la faz de la tierra o, al menos de España, cuya nación solo a ellos pertenece, incapaces de imaginar que todas las personas, nazcan donde nazcan, piensen lo que piensen, son iguales que es lo normal. Pero no. Los hay muy españoles que su único fin es el de envenenar el sentir ajeno con sus mensajes y proclamas irracionales para mentes normales, de tal suerte que, a quienes no opinen como ellos, los exiliarían al extranjero para que España quede libre de personas ajenas a sus propósitos y promesas. A  ellos no los votaré y sí a quienes han subido mi pensión mirando mis intereses aquí en la tierra y no en el cielo con su Generalísimo, su ídolo y santo patrón. A los que aumentan mis derechos y velan por las cosas reales que me benefician y no a las entelequias que jamás pueden cumplirse. A los que mejoran cosas concretas de mí día a día (salud, educación, trabajo, comida) y no a los que recurren a su moral patriótica para cautivar sentimientos y emociones, con símbolos y  eslóganes que conducen a ninguna parte. Está claro que el ánimo se alegra cuando gana nuestro equipo favorito, pero conscientemente sabemos  que eso es solo una adrenalina pasajera, que ni quita el hambre ni resuelve problemas.

Es prudente evitar la tentación de exacerbar las voces insultantes de quienes las manifiestan mostrando indiferencia ante ellas. La emoción no está sujeta ni a la verdad ni a la razón, por lo que “siempre saldrás mejor parado moviéndote en las sombras”, dado que existe excesiva polarización y cultivos de odios sueltos, peligrosos, que, por experiencia, me  hacen presentir temor.

Así que toma tu decisión: vota con sensatez y el derecho que, por ahora, te asiste, pensando en el beneficio de la gente de a pié más necesitada y en tu propio beneficio, por supuesto.

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