Los humanos somos únicos:
obramos, pensamos y hoy es día último hasta este instante leyendo este escrito,
mañana Dios dirá. ¿Quién sabe lo que puede pasar? No nos preocupemos en exceso,
la historia la cuentan los vencedores no los vencidos. No es extraño, por
tanto, que muchos capítulos de ésta no respondan a la realidad, llamen
poderosamente la atención o sean una patraña, por lo que, además de poner en
cuestión algunos sucesos, deberíamos de acudir a fuentes irrefutables para contrastar
los relatos. Pongamos por caso “La Batalla de Covadonga”. En ella, no se
inició, como se nos ha dicho, la famosa “Reconquista”, fue un enfrentamiento
entre astures y omeyas (718/722) que ganaron los primeros y, a partir de 1492,
con la toma de Granada, los Reyes Católicos obligaron a todos los habitantes de
España a profesar la religión católica, cuando desde siempre toda la población
gozó libremente de culturas romanas, visigodas, judías y cristianas. Se produjo
entonces la expulsión de aquellos que no acataran la fe cristiana y volverían a
ser desterrados por Felipe III, en 1609, los que, a escondidas, practicaban
otra.
Esto, afortunadamente, sin que se
nos expulsen, sigue pasando: “25 años de paz” publicitó el régimen franquista;
“la OTAN, de entrada, no”, decía el PSOE; “hay misiles de destrucción masiva en
Irak”, aseguraba el PP, ambos ya en democracia. Son muestras inocuas que
nos lanzaron y seguiremos oyendo a los políticos por sus mezquinos egoísmos,
aunque nos prometan y juren decir la verdad.
Cuando se trata de creencias, tan sumamente influyentes en la especie
humana, el peligro es bastante peor, toda vez que el poder religioso consigue
imponer una forma de vida general, mediante hábitos, dogmas, leyes, miedos,
imposiciones o siendo ellos el propio poder político. Y es que no es lo
mismo predicar que dar trigo, y menos, cuando los relatores no son
objetivos ya que, en ello, les va su beneficio.
Mentir es desafinar y crear ruido
hasta extremos inimaginables. Se dice que de la mentira se saca la verdad, pero
no es menos cierto que, de repetirla una y otra vez, llega a ser considerada
una verdad. Creo que el hecho de mentir propicia más mentiras y las voces
embusteras se propagan como la pólvora comenzando con un contacto, un amigo, un
conocido o no, a los que por costumbre se les dice: “me han dicho”; “sé de
buena tinta”; “no puedo revelar mis fuentes, pero son tan fidedignas que no te
las vas a creer” y otras muy parecidas. Son, a veces, tan descaradas que
producen vergüenza ajena, crean la duda, son medias verdades y se multiplican
entre mentes incapaces de demoler el bulo, causando consecuencias irreparables.
Copio parte de un texto de Elisa
Beni, que dice: “Bienvenido sea el disidente, el que
no comulga, el que tiene ideas propias y está dispuesto a defenderlas, el que
no cambia de principios según cambia el panorama, el que está dispuesto a
arriesgar por ser consecuente, el que da la cara y no se arruga, el que no se
doblega, el que no se adocena, el que está dispuesto a argumentar y a debatirlo
todo, el que incluso contempla la posibilidad cierta de haberse equivocado
honestamente”. Sugestivo, ¿no? Pero lo último, es verdaderamente importante:
reconocer el error y enmendar.
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